En 1995, Jon Krakauer relató en una novela la vida de un chico que se convertiría, años después, en uno de los héroes silenciosos de una generación hastiada. En 2007, y basándose en la novela de Krakauer, Sean Penn estrenó la película Into the wild, convirtiéndose en un símbolo dentro del movimiento contracultural. Poco después, la sociedad del bienestar capitalista occidental se zambullía en una crisis económica y social sin precedentes, y la figura de Christopher McCandless se volvió referente para muchos.
La nueva realidad social emergente echaba por tierra la hoja de ruta impuesta a muchos jóvenes, que veían cómo el esfuerzo de estudiar y prepararse para el futuro no daría los frutos prometidos. De esta nueva realidad social surge una especie de sentimiento neo-hippi (si se me permite el término) que absorbe a muchos jóvenes desencantados. La referencia para ellos es Alexander Supertramp, el alter ego que adoptó Christopher McCandless para perseguir su sueño.
La crítica que esconde Into the wild al idealismo precipitado quedó sepultada por la lucha contra el materialismo vacío de la sociedad consumista que propone McCandless. El idealismo juvenil que nos mueve cuando conocemos poco o muy poco de la vida, puede llegar a verse reflejado en aquellas bayas que come el protagonista y que creyendo que van a salvarle de la inanición, se convierten, precisamente, en aquello que le llevó a la muerte.
Muchos son los que, de una forma u otra, quisieron seguir sus pasos y convertirse en relativos héroes. Lo que nace como un impulso propio de una cierta edad puede llegar a enquistarse y volverse crónico si no se orienta de una forma realmente productiva. Podríamos decir que, una evolución propia de nuestro tiempo y, usando términos probablemente despectivos, es como el hippismo mal entendido se convirtió en perrofalutismo, para definir a grandes rasgos a aquellos que confundieron una vida alternativa y sostenible, con un nomadismo inestable y poco apetecible.
Una vida alternativa alejada de los modelos productivos actuales, más en consonancia con el medio ambiente, más responsable y ecológica no se trata de dejarse llevar sin rumbo, siguiendo solo lo que dictamine el corazón. Una vida orgánica requiere de una preparación, de un conocimiento, de un estudio, de conocer la tierra donde quieres asentarte e instaurar un modelo de vida acorde a tus propias creencias. Es necesario conocer cómo funciona el sistema para poder crear una organización que conviva con él, siendo a la vez capaz de adquirir cierta independencia que signifique un cambio real y sostenible en el tiempo.
En una pequeña región de Francia, al noreste de Toulouse, se instalaron hace más de tres años una pareja que tenía como objetivo, precisamente, una vida alternativa. Antes de llegar a conseguirlo, Eva y Manuel, siguieron el manual hippie para principiantes, consistente en: comunas, trabajos temporeros y mucha carretera. El ansia de disfrute inicial y el hastío, a su modo de ver, de un sistema injusto les llevó a buscar, como McCandless, un modo de vida alternativo.
Gracias al wwoofing (*Wordl WideOpportunities in Organic Farms, una red en la que se ofrecen oportunidades de voluntariado en granjas orgánicas alrededor del mundo) contactaron con personas que anunciaban modelos de vida acorde a sus ideales. Pero esto les trajo algunas decepciones. En ocasiones, el modelo de vida no era tal, bien porque los precursores sólo buscaban mano de obra gratis para su propio beneficio, sin pensar en las metas de aquellos que venían a aprender; Bien porque los modelos productivos que se encontraban no permitían alimentar a una familia media de una manera continuada; Bien porque era esencial contar con ayudas estatales y sociales para que esos ingresos les permitieran malvivir con la baja producción que tenían; O bien, simplemente, porque las condiciones de vida, en ocasiones, eran cercanas a la indigencia.
Llegaron a la conclusión de que lo que realmente anhelaban era una vida autónoma pero sin excluirse de la sociedad. Creían en un modelo económico que les permitiese vivir y tener una incidencia social humilde disfrutando de las ventajas de la sociedad actual, pequeños lujos cotidianos como internet, agua caliente o acceso a la vida cultural y social. Poco a poco, y tras varios desencuentros con ese estilo de vida que parecía conducirles a ningún sitio, se fueron convenciendo de que ambos mundos eran compatibles.
Tolstoi, Stegner, Shepard o London son algunas de las referencias que McCandless subrayó como legado que, de alguna forma, le influyó en su decisión de lanzarse al nomadismo y cambiar su vida, sin más conocimiento que el que puede albergar un adolescente de 24 años después de terminar sus estudios de Historia y antropología.
Las referencias son fundamentales para forjar el conocimiento y el crecimiento personal. Todos contamos con referentes que nos influyen en la vida, sean conocidos o no y, para Eva y Manuel, no fue diferente. En una de sus inmersiones prácticas, en busca de su modelo ideal de vida, dieron con dos ingenieros agrónomos que llevaban 30 años manteniendo un proyecto de agricultura ecológica y que recibían a woofers para, no sólo ayudarles en el trabajo que ello requiere, sino también para enseñarles la profesión. Allí aprendieron el modelo de producción que Eva y Manuel aplican hoy en día, y que les permite vivir de su trabajo. Un modelo productivista, salvaguardando al máximo el medio ambiente, produciendo verduras ecológicas a una escala humana, sin necesidad de estar altamente mecanizados. Un equilibrio entre un modo de vida autónomo y la posibilidad de alimentar a un número considerable de personas.
La realidad para estos dos jóvenes emprendedores fue darse cuenta de que se necesitaba más de 113 días, tiempo que duró la fatal aventura McCandless, para convertir un anhelo en una realidad persistente. El cambio de paradigma en su mentalidad viene tras comprender que un modelo de vida diferente no se consigue solo con un ideal, sino que lleva consigo una profesionalización que hay que aprender y perfeccionar para que se produzca ese salto cualitativo.